Medianoche en París: Liberté, creativité, et l'amour

viernes, diciembre 09, 2011 |

midnight_in_paris_xlgQue a los 76 años Woody Allen aún pueda trabajar al ritmo que lo hace, sacando una película al año consistentemente, revela lo que bien puede ser una combinación de su complejo obsesivo-compulsivo con un incontrolable amor al cine. Y supongo que esa combinación le permite crear lo que sólo puedo llamar las más maravillosas cartas de amor a las ciudades y a la gente que lo inspira. Cada ciudad donde sus películas se desarrollan es un personaje más. ¿O qué más esperarían ustedes de una película llamada Manhattan? Y díganme que no empezaron a planificar su próxima visita a España luego de ver Vicky Cristina Barcelona.


En Medianoche en París, el director hace mucho más que presentar una hermosa postal de la Ciudad Luz –es una oda a cada brochazo, cada letra, cada impulso artístico que lo ha empujado a crear cada expresión, sea musical, fílmica o escrita, en toda su carrera. Allen ha mirado hacia adelante, piensa que no lo pueden quedar muchas películas más por hacer, y ha dicho “gracias”.


Gil (Owen Wilson) e Inez (Rachel MacAdams) aprovechan que los padres de ella (Kurt Fuller y Mimi Kennedy) están de viaje de negocios en París y van con ellas en una pre-luna de miel. Gil es un exitoso guionista de Hollywood pero está desencantado con el trabajo, y París lo enamora, en particular la histórica escena artística que se dio allí en los años 20. Quiere mudarse y dedicarse a escribir su novela, pero Inez no quiere dejar la vida en Malibú.


genial-comedia[5]Una noche, mientras Inez sale con una pareja que él no soporta, Gil decide dar una caminata por París antes de la medianoche, para pensar mejor sobre su vida y su pasión. De repente un Plackard de 1922 se detiene, y sus pasajeros lo invitan a subir (claro, ¿por qué no?) y Gil decide darle (una vez más, ¿quién no se montaría en un carro con extraños en un país extranjero?). Cuando viene a darse cuenta, está en un local donde hay una fiesta, y la voz del que toca el piano suena mucho a Cole Porter (Yves Heck), y le presentan Zelda (Alison Pill) y Scott… ¡¿Fitzgerald (Tom Hiddleston)?! Como si fuera poco, Scott lo lleva a otro café donde conoce a… Ernest Hemingway (Corey Stoll)… que le dice después de cinco minutos que le dará su novela a… Gertrude Stein (Kathy Bates)… que está en su casa discutiendo con… Pablo Picasso (Marcial Di Finzo Bo)… sobre el retrato que le hiciese a Adriana (Marion Cotillard), una joven estudiante de diseño de modas. Esto no puede ser real… ¿o sí? Ciertamente Adriana se ve tan… hermosa… tan verdadera…


La verdad, Allen nunca explica si lo que le pasó a Gil está en su cabeza o no (aunque lo que le pasa a un personaje secundario más adelante da una clave), y no hace falta. En vez de eso, nos lleva con Gil a una odisea que es a la vez la respuesta a todas sus preguntas y una lección a vivir de ilusiones y verdaderamente buscarlas. ¿Qué es mejor, seguir añorando porque una época pasada fue mejor que la actual –un adagio tan conocido que ya es un cliché—o trabajar por hacer que la época actual sea igualmente buena? Y no sólo es una pregunta que Gil se hace, o que Allen que nosotros nos hagamos, sino que pareciera que el propio Allen se estuviera haciendo la misma pregunta (por algo es su primera película que fue coloreada digitalmente en vez de la tradicional manera fotoquímica –el hombre quiere aún experimentar a ver qué tal).


Owen Wilson nunca ha estado mejor, acostumbrados como estamos a sus papeles un poco alocados como en Zoolander, The Life Aquatic with Steve Zissou o, Dios nos libre, Hall Pass. Es sin duda el personaje de Woody Allen que hay en todas las películas de Allen –idealista, nervioso, nunca particularmente cómodo en su entorno actual. Su química tanto con MacAdams como con Cotillard es palpable, aún con un personaje tan insoportable como el de Inez. MacAdams la hace la propia niñita rica, malcriada y ligeramente avergonzada por su prometido el artista. No, ella prefiere estar con Paul, el pseudointelectual, interpretado genialmente por Michael Sheen. De verdad quieres abofetearlos a ambos, en particular en una escena donde Paul discute sobre la obra de Rodin con una guía turística, quien da la casualidad es interpretada por la Primera Dama de Francia, Carla Bruni. (Es tal que esperaba que Sarkozy apareciera como un concierge.)


Cotillard a estas alturas debe ser considerada un tesoro universal, con sus enormes ojazos y su encantadora cara que la hacen ver tan vulnerable y a la vez tan segura de sí misma, que nos hizo desgarrar el alma en La Vie En Rose y la hizo tan trágica y tan tenebrosa en Inception. El resto del elenco brilla en sus pequeños papeles, en particular Adrien Brody quien se nota gozó un mundo interpretando a Salvador Dalí. Stoll quizá lleva la imagen de macho machísimo de Ernest Hemingway demasiado lejos, y Kathy Bates es Kathy Bates en casi cualquier papel, Annie Wilkes de Misery exceptuada (lo que nunca es malo, esa mujer es genial). Hiddleston sí muestra mucha versatilidad, y después de verlo como Loki se está convirtiendo en uno de mis actores ingleses favoritos.


Curiosamente, al sacar el debate sobre si el pasado es mejor, Woody Allen nos ha dado con Medianoche en París la promesa de que su futuro luce mejor que nunca. Esta ha sido amplia y quizá justificadamente llamada su mejor película desde al menos Hannah & Her Sisters, así que quién sabe qué tienen aún que ofrecernos. Mientras tanto, mucho les pido me recomienden un buen agente de viajes que cobre bien barato.

Mientras tanto, en Internet...

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