Moneyball: Rompe tus paradigmas y mira lo que logras

sábado, octubre 22, 2011 |

moneyball_ver2_xlg Yo nunca he sido un tipo deportivo. Mientras mi hermanos e fajaba a jugar fútbol, voleibol, básquet, y se dedicaba a entrenar hasta reventar (no reventó, ojo), yo me dedicaba a leer. Sí, tremendo geek. Pero obviamente apreciaba un buen partido. Soy más de fútbol que de béisbol, casi siempre siguiendo a los equipos equivocados (sí, soy del Real Madrid y del Magallanes, cállense la jeta). Y ciertamente he disfrutado algunos de los grandes momentos del béisbol mundial, como la genial temporada de 2004 de los Medias Rojas de Boston.

Es por ello que no me sorprende que me haya perdido los eventos narrados en Moneyball, concernientes a la temporada 2002 de los Atléticos de Oakland, cuando su manager Billy Beane decidió usar una nueva técnica para armar equipos con resultados sorprendentes. Eso me ayudó a concentrarme en la trama, las actuaciones y las emociones que me produciría la película, en vez de ver una recreación de eventos que ya conocía. Y debo decir, creo que aún sabiéndolo habría disfrutado de esta película enormemente.

Beane (Brad Pitt) se enfrentó a un dilema: luego de perder el último juego de la temporada 2001, todos sus mejores jugadores se dejaron llevar por el encanto de los millones de otros equipos como los Yankees y los Medias Rojas, equipos con presupuestos tres veces del tamaño de los Atléticos. Lo tradicional es dejar que los scouts vean las herramientas que pueda poseer un jugador y luego hacerle una oferta --pero Beane sabe que a veces eso no es suficiente, considerando su propio ejemplo de cómo pasó trabajo cuando él era un jugador y todos los scouts le decían lo valioso que era. No, tenía que haber otra forma.

Esa otra forma le llegó de la mano de Peter Brand (Jonah Hill, en un papel que versiona al verdadero personaje, Paul DePodesta), un recién llegado asistente en los Indios de Cleveland que le da una intrigante idea: no compres jugadores, compra resultados. Para no darles muchas vueltas y explicaciones, es básicamente un asunto de ciencia versus corazón: usando estadísticas, fórmulas y ecuaciones, Brand y Beane arman un equipo con jugadores que los scouts ni siquiera habrían considerado pagando un tercio de lo que habrían pagado equipos más grandes, alterando a media humanidad del equipo, incluyendo, hasta cierto punto, el manager Art Howe (Pghilip Seymour Hoffman) --y dio resultados interesantes, por decir algo.

La película --basada en un libro de Michael Lewis, quien ya tuvo éxito con otro libro deportivo convertido en película-- tiene una sola falla, desde mi punto de vista: a veces se estira un poco. Creo que debió buscarse otra manera de entender a Beane de otra manera más allá de los flashbacks de cuando era jugador, pues una media hora menos habría sido excelente para el flujo. Pero no puedo negar que este es un guión que está hecho para una película así: un primer borrador por Aaron Sorkin (The Social Network) dejó excelentes conversaciones, desde Beane con sus scouts y entrenadores hasta Beane con su precoz hija (Kerris Dorsey); y una revisión por Steve Zaillian (Schindler's List) explora a profundidad todos los personajes. Todo bajo la mano de Bennett Miller (Capote), quien sabe captar hasta las emociones humanas más ocultas sin nunca recurrir al melodrama.

Y en medio de todo, algunas de las actuaciones más sutiles y, en uno de los casos, sorprendentes del año. Esa sorpresa viene, claro, de Hill, quien no es su usual persona ordinaria y loca que hemos visto (y veremos) en películas producidas o dirigidas por Judd Apatow. Sí, hay algunos intentos de humor (bien logrados) pero son calladitos, lo que a veces los hace hasta más graciosos. Hoffman está desperdiciado, y lamento decirlo --tanto talento para tan poco tiempo en pantalla (y no es el único que piensa que es un retrato injusto --el verdadero Art Howe está lívido con su interpretación). Con todo y eso, Hoffman es una fuerza de la naturaleza --toma lo poco que le dieron por hacer y hace un excelente trabajo.

Lo que sí puedo decir es que ya es hora de reconocerlo: Brad Pitt es un excelente actor, de cabo a rabo. Ya dejemos de pesnar en él como "niño bonito" Brad; el hombre ya ha dado suficientes buenas actuaciones para demostrar que es mucho más que eso. Aquí es simpático, sin ser encantador, pero es directo y sin exceso de pasiones. Ama el juego pero entiende que también es un negocio, y por eso no ve los juegos de su equipo. Y no quiere que le pase a sus jugadores las desilusiones por las que él pasó, lo que lo lleva a pensar fuera de la caja. "Nada de esto significará nada si no puedo cambiar al juego de verdad", dice en un momento. Y ahí está toda su motivación: quiere hacer una diferencia.

Moneyball será mencionada al menos un par de veces cuando empiece la temporada de premios, acuérdense de mí. Es un sólido guión, una historia inspiradora pero lejos de ser convencional, repleta de actuaciones buenas (quizá no memorables). Esta es una para fanáticos y simples espectadores.

Mientras tanto, en Internet...

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